A eso de las once, como todas las noches, Camargo abre las cortinas de su cuarto de la calle Reconquista, dispone el sillón a un metro de distancia de la ventana para que la penumbra lo proteja, y espera a que la mujer entre en su ángulo de mira. A veces la ve cruzar como una ráfaga por la ventana de enfrente y desaparecer en el baño o en la cocina. Lo que a ella más le gusta,sin embargo, es detenerse ante el espejo del dormitorio y desvestirse con suprema lentitud.
De la novela El vuelo de la reina" de Tomás Eloy Martínez
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